En estos tiempos
revueltos de artistas y escritores que se ponen de moda y de los que hay que
lucir el último “best seller” se ignoran, no con premeditación, sino por simple
y llano desconocimiento, a los autores que hacen grande nuestro idioma, las
joyas de nuestra lengua, pero claro, sin el pedigrí de la modernez actual.
Llamadme clásico pero
¿quién comería merengue teniendo nata?
Por supuesto que
actualmente tenemos personalidades geniales, como en todas las épocas; pero eso
lo dejo para otra ocasión.
Hoy traigo aquí “Camino”,
el capítulo 104 de “Platero y yo”, la poesía profunda en prosa sencilla de Juan
Ramón Jiménez.
CIV
CAMINO
¡Qué de hojas han caído la noche pasada, Platero! Parece
que los árboles han dado una vuelta y tienen la copa en el suelo y en el cielo
las raíces, en un anhelo de sembrarse en él. Mira ese chopo: parece Lucía, la
muchacha titiritera del circo, cuando derramada la cabellera de fuego en la
alfombra, levanta, unidas sus finas piernas bellas, que alarga la malla gris.
Ahora, Platero, desde la desnudez de las ramas, los
pájaros nos verán entre las hojas de oro, como nosotros los veíamos a ellos entre
las hojas verdes, en la primavera. La canción suave que antes cantaron las
hojas arriba, ¡en qué seca oración arrastrada se ha tornado abajo!
¿Ves el campo, Platero, todo lleno de hojas secas? Cuando
volvamos por aquí, el domingo que viene, no verás una sola. No sé dónde se
mueren. Los pájaros, en su amor de la primavera, han debido decirles el secreto
de ese morir bello y oculto, que no tendremos tú ni yo, Platero…
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