viernes, 20 de marzo de 2015

El eclipse

   Hoy 20 de marzo de 2015, entramos en la primavera y despedimos el invierno con un eclipse de Sol, visible parcialmente desde nuestra península.
  Los eclipses son uno de esos fenómenos que, como los terremotos, las epidemias o la epilepsia han atemorizado a la humanidad durante milenios, hasta que no se han comprendido científicamente.
  Eclipse (del griego Έκλειψις, Ekleipsis, ‘desaparición’, ‘abandono’) es un hecho en el que la luz procedente de un cuerpo celeste es bloqueada por otro.
  En un eclipse de Sol, la Luna se interpone entre el Sol y la Tierra.

  Esto me ha recordado el relato breve o microrrelato del escritor Augusto Monterroso y como me gustó tanto quiero compartirlo aquí por si alguien no lo conoce.
  
  Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 1921- Ciudad de México, 2003). Pasó su infancia y adolescencia en Guatemala, país qué consideró clave en su formación, y que asimismo hizo su patria.
Es considerado como uno de los maestros de la mini-ficción y, de forma breve, aborda temáticas complejas y fascinantes.
Su composición Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, está considerada como el microrrelato más breve de la literatura universal.
Se exilió en Chile, donde trabajó como secretario de Pablo Neruda, para retornar a México en 1956, país en el que iba a establecerse definitivamente.
  
  Aquí va su Eclipse:


  Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
  Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
  Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
  Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
  -Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
  Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.


  Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

Fin

  Moraleja: No vayas de prepotente con tu saber occidental y menospreciando otras culturas para no acabar como fray Bartolomé, al que no le valió ni su … conocimiento de Aristóteles.
  
  Si os ha gustado, ya sabéis: a la biblioteca más próxima o a la librería. Yo lo tengo en uno de esos libros de bolsillo publicados por Alianza Editorial: Augusto Monterroso- Cuentos. Es el número 1196 de la colección.


  Y es que los eclipses pueden predecirse de dos formas diferentes. La primera, que se hizo posible con el desarrollo de la informática, consiste en calcular con gran precisión las órbitas de la Tierra y de la Luna, prediciendo así las posiciones exactas de sus sombras y registrando los momentos en que las sombras se proyectan sobre el otro astro. La segunda forma, utilizada desde la época de los asirios y babilónicos hasta nuestros días, consiste en observar y anotar las repeticiones cíclicas de estos fenómenos. El ciclo más notable con que se repiten es, sin lugar a dudas, el llamado ciclo saros. Un saros contiene 223 meses lunares, exactamente 6 585,3 días (18 años y 11 días), y tras este período se repiten los mismos eclipses.

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